¿Cómo es un día en la vida de un paramédico?
El reloj marca las 7:00 de la mañana, señal de que es hora de comenzar una nueva faena diaria. Primero, hay que verificar que todo esté bien con el instrumento esencial de trabajo: la ambulancia. Es entonces que se queda a la espera de cualquier llamada que represente ese reto que llevará a salvar una vida.
El despacho es la oficina donde se reciben y canalizan las llamadas, por lo que se debe tener el sentido auditivo bien agudo, ya que entre el comunicador de las ambulancias, el radio y el teléfono es necesario estar bien atentos. Se recibe una llamada de alerta: un intento de suicidio. El padre del joven llamó con la esperanza de que las intenciones de su hijo se vieran frustradas, pero al llegar los paramédicos ya era demasiado tarde. El hombre sin vida yacía en el suelo con una nota que explicaba el porqué de su decisión. “Son este tipo de casos los que entristecen”, relata la paramédica Glorivee Rodríguez; mientras recuerda que durante un turno le tocó atender un supuesto dolor abdominal. Cuando llegó a la escena, había un hombre postrado en el suelo frente a una residencia con varias puñaladas. Lo atendió, pero falleció y al tiempo se enteró que dentro de la propiedad había dos cadáveres. “Tú jamás piensas que te toparás con algo así”.
Aún con sus frustraciones y satisfacciones, ser paramédico para Rodríguez, quien también labora como profesora en el Instituto de Banca y Comercio, representa “ser ese instrumento que Dios usa para salvar la vida de alguien”.
“Yo nunca olvido que en una ocasión recibimos una llamada de un intento de suicidio. Cuando llegamos a la escena, estaba llena de policías tratando de negociar con el muchacho para que soltara el cuchillo. Yo pedí un momento y me acerqué, converse con él, recuerdo que tenía varias cortaduras leves en sus brazos y solo le dije que si me entregaba el cuchillo lo íbamos a ayudar. El joven me lo entregó. Esa fue una de esas experiencias que te marcan para toda la vida”.
Sin embargo, hay otras que han impactado a esta profesional, como, por ejemplo, una noche en la que estaba culminado su turno; su compañero estaba limpiando la ambulancia y ella en el despacho cuando se escuchan detonaciones. Al salir vio a un joven caminando por la avenida mientras otro lo seguía disparándole a quema ropa. “Yo recuerdo que lo único que se veía era el nene y las chispas producto de los balazos. Mi reacción fue ponerme unos guantes y correr hacia él que ya estaba tirado en el suelo. Cuando lo viro, me mira… lo único que dijo fue ‘ayúdame’. Lo subimos a la ambulancia, lo llevamos a Centro Médico, pero allí el doctor certificó su muerte. Esa escena la llevé conmigo por meses… apenas tenía 18 años”, cuenta con cierta tristeza la mujer a quien le ha tocado entender que hay días que se logra la misión y otros que no.
Ya son las nueve de la mañana, se recibe una llamada que provocó ciertos nervios pues era el familiar de uno de los paramédicos de turno para avisar que su padre se estaba sintiendo mal y necesitaba socorro. Edwin Estrada, supervisor del despacho, da la orden para que precisamente su hijo sea quien lo atienda, pues no había otra unidad disponible. “Proceda en 10-15 (con la sirena) con todas las precauciones”, ordena el supervisor. Este profesional tuvo que contener sus sentimientos y hacer lo necesario para mantener con vida a quien lo vio nacer. Por fortuna, llegó estable al hospital donde fue atendido.
Y así sucesivamente continúa a lo largo del día la jornada de estos héroes anónimos, quienes saben su hora de entrada más no la de salida. Es entonces que luego de cumplir con su misión, el equipo llega a la sede y dejan lista la ambulancia para el próximo turno.
Rodríguez concluyó su labor diciendo que: “A todos mis estudiantes les aconsejo que analicen bien lo que van a estudiar, ya que el salvar vidas debe ser su gran pasión pues ya no se trata de ti, si no de esa persona que se encuentra, tal vez, en el momento más vulnerable de su vida”.
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